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Ya llevamos más un mes de confinamiento en Madrid. Algunos cuentan los días como una cuenta atrás en el calendario para poder salir a hacer una vida «normal». El caso es que aun no sabemos cuándo ni lo que será «normal».

A algunos les cuesta dormir, por esa amenaza (no solo microscópica en forma de virus), sino porque amenazan sus trabajos, negocios y finanzas, a sus familiares, a su ánimo, a su opción de ver y tocar a aquellos que quieren y que ahora quedan a una «incertidumbre» de distancia.

Los que tenemos niños y personas mayores, sentimos esta situación de manera más sensible.

Por un lado los niños llevan un mes sin que les de el aire y el sol. Al menos si tienes una terraza o un jardín propio tienes la suerte de que puedan aprovechar. Pero en mi caso no tengo, solo un efímero rayo de sol por unas 2 horas en las mañanas soleadas y lo intentamos aprovechar pegados al cristal moviendo los muebles. Decidí hace tiempo sumplementar con vitamina D en dosis diarias, para cumplir vagamente esta carencia.

No nos sirvió de nada tener una patio cerrado en la comunidad de vecinos, en seguida prohibieron disfrutar de él (aunque bajaramos sin coincidir con nadie, a correr dando vueltas para oxigenar el cuerpo). El ejercicio físico está muy limitado dentro de un piso y los niños, un ejemplo de resiliencia, se acostumbran a todo (ya no consigo regañarles porque de vez en cuando salten en el sofá, porque al menos es de lo poco que les queda para desfogarse). A parte están los deberes y las clases virtuales, las cuales creo que es más reto para los padres que para ellos (me ha costado un buen rato aprender una dinámica en constante cambio y a veces siento que si a alguien tuvieran que suspender sería a mi, por no llegar a todo).

Cuando he visto vídeos de gente que insultaba a otra que «huía» en Semana Santa a sus segundas residencias llamándoles cuanto menos «insolidarios», créeme que yo le desearía a cualquiera para sus hijos, un jardín propio en el pueblo, antes que un piso sin balcón en Madrid.

No sabemos si esto les pasará factura en lo físico en adelante. Lo que si he podido comprobar es que son maestros maravillosos de paciencia, amor y entusiasmo, cuando los adultos a veces flaqueamos.

En cuanto a los ancianos, me han llegado casos en los que se están desinflando, desorientando, deprimiento y en el peor de los casos muriendo, pero no de coronavirus, sino de desesperanza, miedo y tristeza.

Hay abuelos que han perdido a su cónyuge en este proceso y tienen que enfrentarse a un duelo sin asistencia. También abuelos que se apagan en las residencias de ancianos porque ya no les van a visitar.

A veces me pregunto si se podría haber hecho de otra manera. Pasé gran parte del tiempo de confinamiento enfurecida al ir viendo restringidas nuestras libertades, en una llamada a la solidaridad para evitar el colapso del sistema sanitario. Está por ver si esto no colapsará completamente la sociedad como la conociamos.

Aun así hace una semana que decidí cultivar la esperanza y el optimismo como un hábito.

Volver a mi centro es lo que puedo aportarme y aportar en estas circunstancias por el bien de todxs. Cuanto más en mi centro pueda acostumbrarme a estar y regresar, estaré proveyendo de unas mejores condiciones para ese día…

Ese día en el que salgamos, a recuperar libertades perdidas, a construir nuevas oportunidades, a abrazar desconsuelos y personas anheladas, a respirar profundamente el fruto de una primavera florecida a sus anchas.

Silvia Gutiérrez – Desde Mi Ser

Photo by Anna Shvets from Pexels

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