Seleccionar página

No, no te despelotes aún, hablo en sentido figurado. En realidad hablo de honestidad.

Mirar hacia adentro es doloroso

En una vida como la nuestra donde todas nuestras necesidades están cubiertas (más o menos con creces), nos sobra el tiempo para pensar y para sentir. Por eso está la tele, los destinos fascinantes donde viajar de este planeta inabarcable, hablar de los demás (amigos, enemigos, compañeros, jefes, políticos o personajes varios), Youtube o Netflix y todo aquello que nos colapse la consciencia sin apenas esfuerzo, simplemente para no tener prestar atención a esta angustia que siento: este no encajar,  esta sensación de ser una inadaptada social, de ser una incomprendida propia y ajena o sencillamente esta dolorosa soledad…

Cada uno en su medida de dolor y experiencia, pero doler duele y nos ponemos tiritas. Estas tiritas se llaman adicciones.

Tiritas de adicción que nos ponemos cuando ya las distracciones no distraen lo suficiente. Adicciones que van desde los pensamientos obsesivos-compulsivos,  pasando por coleccionar cosas, experiencias o relaciones más o menos rocambolescas de pseudo-amor-romántico, odio, envidia, maltrato… hasta el rango de las drogas más duras, terminando en el extremo de despedirse voluntariamente de esta existencia como solución al dolor (un espejismo, una cobardía, una solución ilusoria, un arrebato egoista).

Pues en mi opinión, tanto las meras distracciones como las tiritas de adicción, son el veneno con el que lentamente nos matamos hoy en día, quita tú los pesticidas, la contaminación, las ondas inalámbricas o el aceite de palma…

La inconsciencia voluntaria nos mata lentamente cada día. Nos quita de vivir la Vida como es. Nos aparta de la verdadera felicidad que no existe más que “ahora”, la que se experimenta de vivir con más o menos plenitud la vida como viene.

Y no estoy moralizando a nadie, porque todos estamos en este barco y sé lo que cuesta enfrentar el dolor. Hablo por experiencia de distracciones y adicciones (tengo mi propia colección).

Tampoco quiero excusarnos y pensar que esto es muy difícil o un imposible… No, solo hay que echarle valor y no mirar la meta, la cima de la montaña que parece inalcanzable. Para llegar a la cima hay que mirar donde pisas y poner un pie delante del otro, hacia delante. Es por eso que cuando he hecho cursos o terapias en grupo en los que no te queda otra que mirar hacia adentro con toda honestidad, solo se me ocurría pensar con toda mi admiración: “que valiente es esta gente”.

Y es que la vida que vale la pena vivir consiste en desnudarse. Consiste en soltar lastre en vez de coleccionar cosas y experiencias. Al principio da vergüenza descubrirse (incluso estando en soledad). Salen cosas tan insólitas y pensamientos tan retorcidos y malolientes que esperas que a nadie le llegue el hedor. En realidad ese mal olor con suerte para ti, solo servía para alimentar la propia distracción de los demás. Y para aquellos que te miraban desde su honestidad y valentía, solo sentían compasión por ti por que tuvieras que aguantar tu tremendo pestazo 24 horas segidas, sintiéndose aliviados de aguantarte a ti con tu peste solo un rato.

Una cosa que he aprendido por el camino, es que no podemos juzgarnos por nuestra ignorancia.

Una lleva su velo de confusión en la cara, a través del cual vivimos una distorsión personalizada de la realidad. Nos montamos una peli, la adornamos bien para justificar nuestra historia. Y así vamos luciendo con desparpajo nuestro velo en la cara allí donde vamos. Todo el mundo lo ve (menos los muy distraidos que no miran tampoco a nadie ni de reojo), te intentan avisar de que lo llevas colgando, pero eres incapaz de verlo, porque no concibes la realidad sin él, es toda tu vida y te ha costado mucho construirla.

Y un día, después de algunos ejercicios de honestidad, ¡tachán! El velo se cae y queda ahí a tus pies. Y con cara de idiota le dices a los que quieres que “como no te han avisado de que llevabas tremenda cosa ridícula encima” y te castigas a ti misma por no haberlo visto antes… y lo peor… la realidad sin el velo, sinceramente, es una mierda. ¡Por eso lo llevabas!

1. Mostrémonos compasión: No podemos juzgarnos por nuestra propia ignorancia, pues “no podemos darnos cuenta de lo que nos nos damos cuenta”. En realidad hemos de dejar espacio al alivio que hay tras el susto y la decepción que supone mirar la realidad sin el velo de ignorancia, es decir: con un poquito más de Sabiduría.

2. Tengámonos paciencia: pues también se nos tiene que pasar la vergüenza del ridículo que es ser un ignorante poniéndose en evidencia todo el santo día…

3. Echémosle valor: para salir a la calle desnudos (sin el velo… aunque posiblemente nos queden algunos cuantos más) y acostumbrarnos a enfrentar la realidad que no queríamos ver.

4. Alegrémonos: porque una vez te acostumbras a ir desnudo, no lo cambiarías por nada, ¡es comodísimo y vas feliz!

5. Seamos audaces, seamos honestos y vayamos por más velos que quitar y mandar a reciclar.

Ser valiente, ser honesto, desnudarse ante uno mismo y sentir la dignidad y la paz que hay en no tener nada más que esconder. Por eso vale la pena arriesgarse.  Cuentas con mi apoyo, mi admiración y mi aplauso

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.plugin cookies

ACEPTAR
Aviso de cookies