Seleccionar página

Si en uno de  esos arrebatos en los que abro la nevera para encontrarme con la promesa de engullir algo que satisfaga mi ansiedad, que me genere las endorfinas suficientes para sobrellevar esta sensación de agitación que no estoy dispuesta a enfrentar sino a disolver a través de mordiscos compulsivos… Si entonces decido pararme… cierro la nevera, respiro hondo y decido mirar de qué se trata… En mi caso podría encontrar algo como: angustia, ansiedad, “no puedo”, “me da miedo”, “por qué a mi”, “y qué voy a hacer yo”, “no valgo”, “soy inaceptable”, “no apta”, “no estoy a la altura”, vergüenza, culpa, “no soy suficiente”, etc.

Sensaciones que cuando se encuentran su pico máximo, son puro dolor y me dejaban catatónica tirada en la cama. Antes lo llamaba “ataque de ansiedad” o “apatía total” o “atonía vital”. Normalmente esa sensación de estar drenada de energía me duraba de unas horas o hasta un día completo. Además me sentía aún peor porque ahí tirada sin poder moverme, no solo desatendía mis tareas cotidianas y a mi familia, sino que en la idea demoledora de “si no produces no eres”, me hacía sentir aún peor por “vaga”, “sin fuerza de voluntad”

Ahora entiendo que el cuerpo corre con urgencia a recibir su chute o bien colapsa, por la resistencia que hacemos a no ver lo que nos pasa realmente. Según la intensidad de la emoción, el cuerpo nos urge a mirar por si tenemos la suerte de aprovechar el momento para recurrir a la aceptación de lo que está siendo aquí y ahora.

Un ataque de ansiedad, se evapora en el momento en el que tomas la decisión de morirte. “Me muero no puedo soportarlo, me muero… Bueno, pues sí, me dejo morir y ya está” y entonces encuentras una paz inesperada, un alivio y no la muerte. ¡Fascinante!

El cuerpo es nuestro aliado, nos habla, nos manda mensajes, pues podemos pararnos a escuchar y a ver lo que luz de emergencia está marcando. Pero requiere tener el valor de parar, mirar y aceptar.

Y no solo sufrimos por un “no debería estar sintiendo esto”, sino que intentamos ser otra cosa que no somos. Intentamos cumplir un estándar, ser fieles a nuestra cajita con el montón de pegatinas de las categorias estandarizadas y autoasignadas. Leo mi código de barras: “Tengo que ser amable, me he de portar bien, ser trabajadora”… Y muchas veces a esto se le suma lo que llega de compararnos o competir con los demás.

Compararse (en positivo o en negativo) es destructivo. Intentamos ser algo que no somos (cualidades, aptitudes, aspectos, habilidades, etc.), porque pensamos que así “seremos alguien”, cuando ni siquiera nos hemos parado a ver que ya somos, porque cada vez que lo intentamos, nos encontramos con nuestras propias categorías que nos desagradan y decidimos buscar afuera unas nuevas. La indignidad de Ser lo que Soy es la no aceptación de mi Ser. El problema radica en las expectativas, metas no realistas y la autodevastación de tratarse como a alguien inferior. Sentirme superior es otra forma de autoengaño que intenta paliar nuestras insufribles inseguridades, la falta de humildad es un sufrimiento al fin y al cabo.

Compararme con los demás es sentirme indigna de Ser lo que Soy. Nadie es mejor que yo, nadie es más Ser Humano por manifestar o poseer. ¡Ya Soy! Sin esfuerzo. ¡No hay nadie como tú! ¡Eres único! ¡No hay nadie como yo! ¡Soy única! No hay competición, nadie gana o pierde, porque si estás aquí, ya eres.

Dejar de compararme, es habitarme siendo quien soy. No hace falta definirme, no “tengo que” no y “si solo fuera” así o asá… En realidad tengo todas las cualidades en mi en su completa escala: Soy tímida y a la vez segura de mi misma, soy inteligente y soy ignorante, soy hábil e inutil, soy pacífica y devastadora, soy valiente y cobarde…

Tengo toda la gama dentro de mi, desde el blanco hasta el negro, contando con la amplia gama de grises. Esta ambivalencia se expresa en porcentajes que varían según dónde y con quién interactúe.

Puedo ser un 95% valiente en mi casa y un 40% en el parque de atracciones (un 60% cobarde). Puedo ser 100% cariñosa con mis hijos cuando estoy relajada y 40% cuando estoy agotada (un 60% de fiera gruñona).

Compararme es la carencia, es pensar lo que me falta.

Es lo contrario a Ser lo que soy.

Puedo compararme también con mi pasado (cuando tenía salud, cuando estaba tan delgada, cuando tenía éxito en aquel trabajo, etc.), carencia, irrealidad, ensoñación, no aceptar quien ya estoy siendo aquí y ahora.

Decido darme el voto de confianza en de no compararme, de no competir, ni si quiera de juzgarme, porque decido aquí y ahora ser un digno Ser Humano.

Me amo y me acepto tal y como soy

Tengo un ejercicio personal que te lo explico por si te sirve:

Cuando vayas a reposar tu cabeza sobre la almohada a la hora de dormir, visualiza a la persona (humana, perruna, gatuna…) que más quieres en el mundo. Date un minuto para hacer el ejercicio de sentir toda la intensidad de ese amor dentro de ti. Cuando tengas ese amor en la mayor intensidad que puedas, dirígelo hacia ti mismo y haz que te envuelva como un abrazo (cálido, amoroso, lleno de consuelo). Puede que al principio te resulte incómodo, te den ganas de llorar. Cuanto más lo hagas más fácil es superar esa resistencia a amarnos a nosotros mismos, libres de la autoexigencia. Me amo simplemente porque Yo Soy.

¡Gracias por dejarte Ser!

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.plugin cookies

ACEPTAR
Aviso de cookies